martes, 21 de abril de 2009

La religión prefiere un sexo
El papel de la mujer en las confesiones actuales varía entre la reivindiación de la paridad y la violación de sus derechos en nombre de un dios. Acusan machismo.



El protagonismo de las mujeres en las religiones oscila entre el infierno de las teocracias -como la de los talibanes en Afganistán-, el paraíso de algunas iglesias protestantes que permiten la ordenación de ministras, y el limbo en que se encuentran en la mayoría de confesiones: sin papel, supeditadas o relegadas a un oscuro tercer plano, cuando no víctimas de violaciones cometidas en nombre de algún dogma. Aunque la paridad en Occidente avanza con la ayuda de leyes, plantear una justa correspondencia con los varones en la mayoría de religiones supone aún una utopía. Sólo unas pocas confesiones, de creación o implantación recientes, conceden a la mujer un papel más que testimonial. Son casos contados.

La cumbre de la Alianza Atlántica dio la última voz de alarma al respecta. El nuevo código de familia chiita adoptado por el Parlamento de Kabul (Afganistán) supone una condena para las mujeres de la etnia hazara, la mayoritaria de esa confesión. El documento da luz verde a la violación dentro del matrimonio y consagra la absoluta tutela del varón sobre la mujer. Pero no es necesario ir tan lejos: los matrimonios concertados en el Islam o el hinduismo, los códigos que prescriben una determinada vestimenta y conducta y, en el peor de los casos, los horribles crímenes de honor son rémoras que convierten a las mujeres en víctimas de confesiones que no las contemplan como sujetos de derecho, sino como una posesión del varón.

¿Son machistas las religiones? "No hay sociedad en la que las mujeres hayan tenido dignidad ni derechos fundamentales. De la misma manera, no conocemos religión que no discrimine. Las religiones nunca contradicen a sus sociedades", afirma Amelia Valcárcel, catedrática de Filosofía Moral y Política de la Universidad de Educación a Distancia de España.


ejemplo de normas que apuntalan la construcción social está en el férreo sistema de castas hindú. "Reencarnarse como mujer en el hinduismo significa que en una vida anterior se falló mucho y hay algo que purgar. Y no hablemos de las viudas hindúes, a las que antes se arrojaba a la pira funeraria del marido", señala Valcárcel. La práctica, prohibida ya por la legislación india, sigue vigente en numerosos lugares del país.

Las tres religiones monoteístas -cristianismo, judaísmo e Islam- acaparan la mayor parte de las críticas por discriminación. Para la experta, "el cristianismo, al principio, era relativamente libre, pero en los siglos III y IV se impusieron textos misóginos que arrinconan a la mujer. En el Corán hay cosas fortísimas, aparte de sacralizar la poliginia (muchas esposas), el repudio o la prohibición de salir a la calle sin cubrirse". Otros ejemplos: los abortos selectivos -práctica habitual hasta hace nada en la India y China-, los infanticidios femeninos, el menor acceso a la alimentación, la salud o la educación. Lo confirman datos de 2007 de Unifem, la oficina de la ONU para la mujer: entre 113 y 200 millones de mujeres están "desaparecidas" en todo el mundo, víctimas de abortos selectivos e infanticidios o por no haber recibido la misma cantidad de comida y atención médica que sus hermanos varones. Capítulo aparte merece la consideración de la ablación o mutilación genital femenina. Según Unifem, más de dos millones de niñas son mutiladas genitalmente cada año. En general, quien ordena blandir el cuchillo lo hace convencido de que cumple con su religión.

El eje de la discriminación religiosa pasa consuetudinariamente por la vagina. "Tiene mucho que ver con el control individual y sexual de la mujer", dice Valcárcel. En determinadas religiones son las mujeres quienes transmiten la pertenencia a ellas, de ahí que el control sobre su actividad sexual resulte tan perentorio, además de sacralizado.

En las corrientes más conservadoras y rigoristas del Islam, la mujer es vista como fuente de desorden y perdición. Pero el Islam no es la religión más discriminatoria, sostiene la intelectual tunecina Latifa Lakhdar. "Esa idea revela cierta ignorancia. La religión musulmana, que representa el monoteísmo más reciente, se sitúa en continuidad con los otros dos monoteísmos que lo han precedido. El judaísmo rabínico y el cristianismo de San Pablo no son más igualitarios respecto de las mujeres. Lo que marca la diferencia es más bien el proceso sociopolítico en que se inserta", cuenta Lakhdar. Esta feminista establece el fiel de la balanza en lo que denomina "equilibrio de fuerzas". "Las mujeres, tras el establecimiento y la consagración del sistema patriarcal, son las grandes vencidas de la historia y, por tanto, de la religión", apunta. De ese desequilibrio ni siquiera se libran "las sociedades occidentales democráticas y liberales", donde persisten "bolsas de resistencia a la emancipación femenina". ¿Un caso concreto? "La polémica por el derecho al aborto".

ESPEJO SOCIAL. Si en lo relativo a la formación intelectual y la acción moral las mujeres (las occidentales, al menos) están, en teoría, homologadas a los varones, ¿a qué obedece el desfase a la hora de desempeñar un papel activo en sus iglesias? "Activo quiere decir oficial", recuerda la historiadora de las religiones Morny Joy, de la Universidad de Calgary (Canadá); es decir, un papel reconocido por la comunidad y por sus líderes, como la posibilidad de que sean ordenadas ministras y hasta obispas en algunas iglesias anglicanas. "Supongo que, igual que hay tan pocas mujeres sentadas en consejos de administración de empresas, no las hay en las iglesias: por temor a la pérdida o reparto de poder, un poder establecido", señala María Dolores Figueras, del Colectivo Mujeres en la Iglesia, que aboga por la paridad de sexos en la Iglesia Católica. "Somos cada vez más las mujeres que demandamos lo mismo desde dentro. De hecho, en América Latina y África, muchas participan activamente en sus comunidades. La iglesia de base somos todos, y ya se sabe que para mover una pirámide hay que hacerlo por la base", dice.

Todas las expertas consultadas establecen un paralelismo entre la equiparación de hombres y mujeres en la sociedad civil y el secular retraso con que avanza la religión. "Han tenido que pasar siglos", recuerda Figueras, "pero en la sociedad civil está casi conseguido el marco legal de la paridad, sobre el papel al menos. En la iglesia sucederá lo mismo, pero con mucho retraso". Amelia Valcárcel considera que en las sociedades poscristianas, en las que se ha producido el divorcio entre Iglesia y Estado, hay al menos un lugar para el debate, por ejemplo, sobre la ley del aborto. "En otros países no se puede ser ni siquiera ateo, ni convertirse a otra religión. Y hay naciones donde nacer mujer es una desgracia".

Varias reformas son necesarias para equiparar en derechos y obligaciones a hombres y mujeres en el interior de iglesias, mezquitas o sinagogas. "En esto no todo es blanco o negro, ni sí ni no. No se trata de conseguir dos teologías, sino de dotar a la existente de una mirada femenina", señala Figueras.

El sacerdocio femenino es una solución?
Lapidaciones, castigos a base de latigazos o amputaciones, repudios, divorcios unilaterales emprendidos por el varón, pérdida por parte de la mujer de la tutela de los hijos mayores de 7 años en caso de separación o repudio; códigos de familia sacados de la peor interpretación posible del Corán. La variedad de discriminaciones es infinita.

El papel de la mujer en las iglesias actuales varía entre la reivindicación de la paridad y la violación de sus derechos en nombre de la religión. Así las cosas, ¿es una solución el sacerdocio femenino? Es más, ¿es la única meta? "Para aquella mujer que lo desee, la meta puede ser ordenarse, aunque a mí la pirámide no me convence. Si la posibilidad de ordenarse significa que no hay discriminación, adelante", dice María Dolores Figueras, del colectivo de mujeres que aboga por la paridad de sexos en la Iglesia Católica. La teóloga Margarita Pintos, sostiene que la ordenación "no es la única meta, pero sí una muy importante para hacer de la Iglesia un espacio en el que la discriminación por razón de género y de sexo quede superada. Además, las mujeres somos mayoritariamente las transmisoras de la fe a través de los hijos, y también como catequistas. Por eso creo muy importante una buena formación teológica de las mujeres, para no ser correas de transmisión del sistema patriarcal que inunda las religiones".

Cuando, en 1979, la hermana Theresa Kane interpeló al Papa Juan Pablo II sobre los méritos de las mujeres y su capacidad para ser ministras de Cristo, el Pontífice replicó que la figura ideal para ellas en el seno de la Iglesia era la Virgen María. Fue la manera de zanjar un debate que apenas si ha alzado el vuelo. Puede no hacerlo nunca, o hacerlo a regañadientes, como política de hechos consumados, si el descenso de vocaciones crece, y otras cuestiones como el celibato forzoso, vacían de seminaristas las aulas. "Podemos llegar a eso por necesidad, como podemos llegar también a tener sacerdotes casados. En el momento en que no los haya célibes, les permitirán casarse. La Iglesia obedece a hechos consumados. Pero a mí no me gustaría que eso se produjese por necesidad o falta de vocaciones, sino por convencimiento".

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